domingo, 28 de septiembre de 2008

Había una flor


De niña, encontré una flor.


Nos miramos ambas con gran curiosidad. Era de un rosa pálido, casi casi melancólico. Hermosa. El tallo era largo e imponente, fuerte y, al mismo tiempo, vulnerable ante cualquier impetuosidad o vehemencia humana.


Dije: -Flor, se que no eres una margarita, y en este momento no pretendo descifrar tu descendencia botánica, solo quiero saber ¿que se siente ver cada amanecer?... ¿dormir justo cuando la noche cae?... ¿tocar la lluvia con tus delicados pétalos?... ¿acariciar al viento cada vez que sopla?... ¿sonreír a la mariposa?, ¿sonreír a la abeja?


La flor no entendió lo que le dije... o tal vez no me quiso escuchar. Me irrito tanto su indiferencia que decidí arrancarla de tajo (he ahí su vulnerabilidad)

Todos los días, con mucho fervor le preguntaba lo mismo... La flor cada vez se veía más y más triste... Nunca me respondió. ¡Osada flor tediosa!

Crecí y ahora lo recuerdo.


Me imagino que las flores también se preguntan cosas, pero lamentablemente tampoco las escuchamos. Subestimamos su aromático silencio, ellas subestiman nuestra capacidad de comprensión. Probablemente creen que no las entenderemos, y me parece que tienen razón... y como ellas, día a día nos marchitamos también.
Mafe Magritte

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy buena escritora debo admitir.
muy prolifica y de buen gusto
jaja aunque con este escrito hayas dejado claro lo que se espera de las dudas que tiene una mujer, siempre he visto una similitud entre las flores y las mujeres aunque por infinitamente mucho las mujeres son màs bellas (interna y externamente... por eso arrancamos las flores para darselas a ellas y no las llevamos a ellas a ver las flores... cosa un poco injusta para una flor sin preocupaciones que derrepente se ve arrancada), y aunque a veces responden igual a las dudas son infinitamente màs complejas