domingo, 12 de abril de 2009

El último recurso siempre es el gato



La mujer se desteje. Sus piernas pronto son una madeja de hilo blanco con tonos grisáceos. Con sus manos deshace los nudos que forman sus rodillas. Justo ahí se detiene. Decide no seguir. Espera que en cualquier momento llegue el gato y comience a jugar con la bola de estambre hecha de humano. Ella lo dejará tal vez al azar, a las inmensas probabilidades que existen de que la curiosidad del animal termine con ella.(¡Cobarde!)

Escucha el cascabel de Sócrates sonar y su pecho está siendo atacado por un corazón que palpita a una velocidad tal que no parecen ser pálpitos, sino un único impulso para salir de ahí, de su cuerpo.

El gato ronda el hilo. Lo ignora. Tal vez huela mal o no tenga ganas de jugar con él. Solo se echa al lado de la silla en donde su triste y patética dueña esperaba un acto de compasión casual y sin empeño de la mascota ingrata. Ante tal acto de poca caridad del viejo Sócrates, la mujer decide tomar los ganchos y tratar de volver a tejer desde sus rodillas hasta sus pies.

Nada más triste que el arrepentimiento.


MaríaFernanda Salazar