sábado, 14 de enero de 2012

La última bocanada.

Todos los placeres del hombre, absolutamente todos, deberían percibirse con sutil fortaleza moral (por aquello de opacar su exquisita existencia con moralismos absurdos). Porque duele no gozar, a mi me duele.

Nada más rompe-bolas que querer darle la última suculenta bocanada de nicotina al cigarro que has amado:  desde el apasionado encendido, siguiendo con los traviesos besuqueos y succiones, invirtiendo caricias, pensares, lamentos, desequilibrios y demás ideas, para que entonces, cuando estás a punto de culminar la armoniosa comunión, llegue un hijo de puta y lo apague. No sin antes pronunciar las nefastas palabras "¡Deja de fumar, te va a hacer daño!".

Malditos hippies.