Siempre quise ser esa chica mágica, de esas que enamoran a poetas, artistas y soñadores. Esas chicas auténticas que danzan en las calles con tutús y Converse rayados.
Quise ser la chica del metro que leía a Saramago, la chica que desviara un poco la vista de sus historias para mirarte a ti: muchacho universitario fan de The Cure y Benedetti.
Cada vez que me encontré a una joven así, una joya, la estudié con detenimiento.
Talento: pintura
Nombre: Venus
¿Venus? Así cómo no valer madre. Siguiente.
Talento: poesía
Nombre: Inés
Inés. Más real.
No hacía listas. Solo lo pensaba. ¿Por qué no soy mágica? ¿Por qué no tengo la tez clara y el cabello negro? ¿Por qué no soy más morena con el cabello crespo y ojos color miel?
Siempre quise ser mágica, ser como ellas. No vi mi propia luz, solo las de las musas con nombres interesantes y mentes asombrosas.
Fueron años de tristeza.
Hasta que un día, así, de la nada, entendí que ese anhelo era envidia. No hay envidia buena o mala. Es solo envidia. Dejé de buscar a Venus, Inés y a Ximena en cada historia y comencé a construir la mía, a descubrir mi propia magia.
No ha sido fácil.
Aprendí a ver belleza en cada persona y así en mí. Poco a poco, empecé a verme con amor amor y fue entonces cuando al final he podido sentirlo. Ha sido maravilloso.
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