lunes, 13 de septiembre de 2010

De agua



La ciudad, ombligo luminoso donde las 


calmadas aguas del entonces glorioso Tenochtitlan 


aguardan para embriagar a aquellos con la fe vertida


 en la justicia incomprensible, pero justa; 


aquella no creada por el ser humanoide, parcial 


(si no es que absolutamente) cegado por él mismo: 


la justicia de la materia.


 El reclamo de la existencia misma siempre antes del hombre.




María Fernanda Salazar Romero



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