La ciudad, ombligo luminoso donde las
calmadas aguas del entonces glorioso Tenochtitlan
aguardan para embriagar a aquellos con la fe vertida
en la justicia incomprensible, pero justa;
aquella no creada por el ser humanoide, parcial
(si no es que absolutamente) cegado por él mismo:
la justicia de la materia.
El reclamo de la existencia misma siempre antes del hombre.
María Fernanda Salazar Romero
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